Una fiesta muy especial es siempre la celebración del Misteri d’Elx.
Invariablemente, asociamos el nombre de cada ciudad a alguna característica peculiar un momento histórico, un museo, un monumento o una tradición concreta.
En el caso de Elx, esa identificación es mucho más compleja, pues son muchas las imágenes que evoca la ciudad en nuestra memoria, algunas de ellas tan sugestivas como la de su palmeral o tan unidas a nuestra idea de la belleza como ese busto ibérico…
Elx es una ciudad moderna y avanzada, un emporio industrial, comercial y de servicios, pero también cuenta con un entorno urbano de perfiles únicos en Europa, donde coexisten de manera armónica las iglesias barrocas con las viviendas populares de los siglos XVIII y XIX y los sillares de la torre del Palacio de Altamira…
El Misteri d’Elx, la más genuina señal de identidad cultural de la ciudad, es un drama cantado de origen medieval que fue proclamado por la UNESCO Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad en el año 2001.
Se representa cada año los días 14 (primer acto) y 15 de agosto (segundo acto), si bien los días 11, 12 y 13 se realizan unas funciones extraordinarias previas.
El drama tiene lugar en la Basílica de Santa María, y relata la Dormición, Asunción a los cielos y Coronación de la Virgen María.
Su supervivencia ha sido posible gracias a la pasión de todo un pueblo.
Tras la prohibición de las representaciones teatrales en el interior de las iglesias en el Concilio de Trento, Elx consiguió del Papa Urbano VIII en 1632 una bula para mantener viva la Festa.
La perseverancia de los ilicitanos la ha convertido en el último vestigio de este tipo de manifestaciones. La música del “Misteri” procede de diferentes épocas, y posee melodías medievales, renacentistas y barrocas, con ejemplos de monodia y polifonía.
La interpretación está a cargo de una capilla de cantores no profesional, y una escolanía infantil de voces blancas para los papeles de María y de ángeles.
Pero si hay algo que distingue al Misteri d’Elx es la complejidad de su puesta en escena de inspiración medieval, con la división del espacio escenográfico en horizontal-terrestre y vertical-aéreo, y la utilización de aparatos aéreos que le confieren gran espectacularidad.
En el centro del crucero de la Basílica se alza un escenario cuadrangular (cadafal) al que se accede a través de una rampa (andador), en los que se desarrolla la mayor parte de la acción.
En la vertical del escenario se instala un falso cielo que se monta en la base de la cúpula.
Abriendo las puertas del cielo y con la ayuda de una compleja tramoya, descenderá primero un ángel mensajero en la “magrana”, y después un coro angélico “araceli”, para recoger a la Virgen en su Asunción a los cielos, donde es coronada por el Padre Eterno desde un tercer artefacto aéreo (Trinitat).
Momento en el que desde los aparatos y el propio cielo, se deja caer una lluvia de oropel que llena de un dorado intenso la atmósfera de la Coronación, sin duda el momento más emotivo de la Festa.
Primer Acto o Vespra
El 14 de agosto de cada año, acabadas las solemnes Vísperas de la Asunción de María, cantadas sobre el mismo escenario de la Festa o Misteri d’Elx por el clero de la Basílica de Santa María, comienza el primer acto de la representación sacra ilicitana, conocido genéricamente con el nombre de Vespra, y que de esta manera se diferencia del segundo acto, denominado Festa.
A las seis de la tarde sale el cortejo de actores de la representación que acompaña a María desde la vecina ermita de San Sebastián.
Encabezan este séquito el arcipreste de Santa María y los Caballeros Electos y Portaestandarte.
Estos caballeros van vestidos con frac y los dos primeros llevan sendos bastones dorados en señal de autoridad.
A continuación van los personajes de la obra, seguidos por los miembros del Patronato Nacional del Misterio, organismo encargado de la organización y custodia del drama asuncionista.
El corto trayecto hasta la Basílica lo abre la Banda Municipal de Música que interpreta un pasodoble escrito por el maestro Javaloyes, músico ilicitano, titulado El Abanico.
El acto propiamente dicho comienza al aparecer la Virgen y sus acompañantes por la puerta mayor del templo.
La María Mayor está representada por un niño de pocos años, vestido con una túnica blanca y un manto azul, que lleva en la cabeza una diadema dorada.
Su pequeña corte está formada por María Salomé y María Iacobe que visten de manera similar a la Virgen y llevan escrito su nombre en las diademas correspondientes.
Además, también forman parte de este cortejo dos ángeles de cojín -denominados así por llevar en las manos, cada uno de ellos, un cojín de terciopelo rojo- y cuatro ángeles de manto.
Todos estos personajes también son encarnados por niños. Cabe recordar aquí que el teatro religioso medieval no permitía la participación de mujeres en estas representaciones.
En el momento en que los jóvenes actores aparecen por la puerta de la iglesia, los sonidos del órgano invaden el interior del templo.
Tanto la Virgen María, la María como es conocida popularmente en Elche, como su séquito quedan entre el umbral de la puerta mayor y el inicio del andador.
Éste es un corredor en forma de plano inclinado que, cubierto de una alfombra gruesa y con barandillas laterales, conduce desde la puerta mayor hasta el cadafal (catafalco) montado entre el crucero y el presbiterio.
Mientras, el arcipreste y los Caballeros suben por el andador y ocupan sus asientos situados en dos ampliaciones de este corredor, próximos al escenario.
El niño que representa a la Virgen, mirando hacia el altar mayor de la iglesia, canta a sus acompañantes suplicando su ayuda en un día tan importante:
“Hermanas mías, yo querría pedir algo en este día: ruégoos no queráis dejarme, pues tanto mostráis amarme”.
“Germanes mies, jo voldria
fer certa petició aquest dia:
prec-vos no em vullau deixar
puix tant me mostrau amar”.
Los miembros del séquito mariano le responden con otro canto donde manifiestan su fidelidad absoluta:
“Verge i Mare de Déu,
on Vós voldreu anar
vos irem a acompanyar”.
María avanza unos pasos y, arrodillada sobre los dos cojines rojos que llevan los ángeles que la acompañan, expresa su gran deseo de reunirse con su Hijo:
“Ai, trista vida corporal!
Oh, món cruel, tan desigual!
Trista de mi! Jo què faré?
Lo meu car Fill, quan lo veuré?”
María, siempre rodeada de su corte, inicia el ascenso del andador. En su camino hacia el cadafal se detiene en tres ocasiones.
En cada una de ellas se arrodilla sobre los dos cojines y, vuelta hacia unos pequeños grupos escultóricos colocados sobre los pilares de la nave del templo, realiza una especie de Vía Crucis que recuerda la Pasión de su Hijo…
Tras estas tres paradas, los personajes continúan su camino hacia el cadafal.
Éste, de forma cuadrangular y recubierto por una alfombra gruesa con dibujos y colores iguales que los del andador, está rodeado por una pequeña balaustrada con columnas salomónicas.
Sobre esta baranda hay doce cirios que iluminan y delimitan el espacio del cadafal.
A la izquierda, podemos ver un lecho cubierto de velos blancos de seda. A la derecha, ocho asientos destinados a los personajes del cortejo mariano.
Ya en el cadafal, María se arrodilla encima del lecho que hemos descrito y las dos Marías y los ángeles de cojín se sitúan de pie a su alrededor.
María, vuelve a manifestar su deseo de reunirse con su Hijo:
Gran desig m’ha vengut al cor
del meu car Fill ple d’amor,
tan gran que no ho podria dir
on, per remei, desig morir”.
Acabada la petición de María, se abren las puertas del cielo que están simuladas en una lona pintada con nubes y tonos azules, que cubre por completo el tambor y la cúpula del templo.
De este “cielo”, tan sólo es practicable una abertura cuadrada, que coincide con el centro del cadafal, y que se abre y cierra mediante un juego de puertas corredizas denominadas “las puertas del cielo”.
A través del agujero que dejan estas puertas al ser abiertas, y suspendido por una maroma gruesa, hecha de cáñamo, comienza a bajar un aparato que conocemos con el nombre de “Núvol” o “Mangrana”.
De forma esférica y color rojo, su exterior está adornado con dibujos geométricos, racimos, espigas y apliques dorados, y de su extremo inferior cuelga una borla dorada.
Una vez despasadas las puertas del cielo, mediante unos tirantes, la Mangrana comienza a abrirse en ocho alas o gajos, al tiempo que se cierran las mencionadas puertas.
En el interior del artefacto totalmente recubierto de oropel descubrimos un niño que, con túnica de color azul celeste y alas de plumas en la espalda, figura ser un ángel.
En sus manos lleva una palma blanca adornada con oropel. Esta abertura de las puertas del cielo y salida de la Mangrana es celebrada con las notas del órgano, un volteo de campanas y lanzamiento de cohetes.
Cuando éste ha descendido unos metros, concluyen las muestras de alegría, y el Ángel, después de dejar caer un puñado de oropel cortado en trozos pequeños que guardaba en un pañuelo blanco y que, en su caída, simula una finísima lluvia de oro, inicia su canto.
Con su melodía saluda a María, a tiempo que le anuncia que Jesucristo ha oído sus plegarias y quiere complacerla:
“Déu vos salve Verge imperial,
Mare del Rei celestial,
jo us port saluts e salvament
del vostre Fill omnipotent.
Lo vostre Fill qui tant amau
e ab gran goig lo desitjau,
Ell vos espera ab gran amor
per ensalçar-vos en honor.
E diu que al tercer jorn, sens dubtar,
Ell ab si us vol apel lar
alt en lo regne celestial
per Regina angelical.
E mana’m que us la portàs
aquesta palma i us la donàs,
que us la façau davant portar
quan vos porten a soterrar”.
Cuando la Mangrana llega al cadafal, los ángeles del cortejo de la Virgen se apresuran a acercarse al aparato con el fin de aflojar los correajes que aseguran al actor durante el descenso.
Cuando se encuentra libre, el Ángel se acerca al lecho de María y, arrodillado delante de ella, le hace entrega de la palma después de haberla tocado con los labios y la frente.
La Virgen María, con el mismo ceremonial, recoge el singular presente celestial y expresa al enviado de su Hijo un nuevo deseo: que los apóstoles se encuentren presentes en el momento de su tránsito…
Oída la petición, el Ángel entra de nuevo en la Mangrana y, después de volver a ser atado, inicia el ascenso al cielo al mismo tiempo que comunica a María el cumplimiento de su deseo…
Al llegar la Mangrana a las puertas del cielo, éstas se abren con las mismas muestras de entusiasmo que en la primera ocasión.
Los tirantes que mantienen abiertos los gajos del artefacto son aflojados por los operarios de la tramoya del cielo, la Mangrana se cierra y va entrando en el cielo.
Las puertas se cierran detrás de ella y, a través de una pequeña portezuela, sólo queda a la vista la borla dorada de la Mangrana.
En el cadafal, cuando la Mangrana se encuentra a pocos metros del cielo, los ángeles de cojín y de manto y las Marías, saludan a la Virgen haciendo una genuflexión delante de ella y pasan a ocupar los asientos preparados en el lado opuesto al lecho.
También en este momento, se levantarán de sus asientos los dos Caballeros Electos, con el objeto de descender por el andador hasta la plaza que hay delante del Portal Mayor.
Esta acción, que hoy en día tiene tan sólo un valor simbólico, nos recuerda la época en que estos Electos eran los caballeros que se encargaban de la organización de la Festa, por delegación expresa del Consejo Municipal.
Además, dirigidos por el arcipreste de la iglesia que actuaba como maestro de ceremonias, éstos debían salir a llamar a los diferentes actores que, preparados en la vecina ermita de San Sebastián, necesitaban ser introducidos en escena en el momento oportuno.
Los Caballeros Electos, como vemos, actuaban como verdaderos avisadores o traspuntes teatrales.
Una vez cerradas las puertas del cielo, vuelven a entrar los Caballeros Electos y ocupan sus asientos. Con esta salida simulan haber ido hasta la capilla de San Sebastián al objeto de indicar al actor que interpreta el papel del apóstol San Juan que debe entrar en escena.
Este apóstol aparece al inicio del andador, vestido con una túnica blanca y un manto verde.
En la mano izquierda lleva un libro viejo de pergamino que representa ser su propio Evangelio.
A medida que camina por el andador, realiza gestos y expresiones de extrañeza delante de la misteriosa fuerza que le empuja a recorrer aquel camino tan singular.
Hacia la mitad del andador, cuando San Juan descubre a María arrodillada sobre su lecho, acelera el paso y la saluda besándole las manos.
Con su canto expresa la alegría que le provoca tan inesperado reencuentro:
“Saluts, honor e salvament
sia a vós, Mate excel lent
e lo Senyor, qui és del tro,
vos done consolació”.
María comunica al discípulo amado de Jesús todo lo que le dijo el Ángel, es decir, la proximidad de su muerte.
Además, cuando acaba su canto, hace entrega a San Juan de la palma dorada que le entregó el Ángel…
San Juan toma el presente de María y, como ya sucedió en presencia del Ángel, también en esta ocasión el paso de la palma de unas manos a otras siguiendo un ritual de gran sabor oriental, se realiza después de ser besada y tocada con la frente.
El discípulo predilecto, cabizbajo, entona entonces un canto triste y lleno de pesadumbre:
“Ai, trista vida corporal!
Oh, món cruel, tan desigual!
Oh, trist de mi! Jo on iré?
Oh, llas, mesquí! jo què faré?”
A continuación, camina hacia la entrada del cadafal y mirando hacia la puerta mayor llama a sus hermanos en el apostolado…
San Juan vuelve a dirigirse a la Virgen y le expresa una vez más su tristeza y desconsuelo ante la pérdida de la madre…
Mientras San Juan dedica a María esta cuarteta, sube por el andador el apóstol San Pedro, que viste túnica gris y cubre su espalda con un manto granate.
En las manos lleva como representación simbólica unas llaves grandes y doradas, en recuerdo de aquellas otras de las puertas del cielo que Jesucristo le entregó.
Con las mismas expresiones de extrañeza que ya hemos visto en San Juan, San Pedro avanza por el andador hasta el cadafal.
Una vez que se encuentra delante de María, la saluda besándole las dos manos y, después, abraza a San Juan.
Al mismo tiempo, suben por el andador hasta el cadafal seis apóstoles que también hacen los gestos de extrañeza que ya hemos comentado anteriormente.
Todos ellos visten de una manera similar: túnica ceñida con un cordón, un mantón sobre los hombros y sandalias.
Los apóstoles, se acercan al lecho de María y la saludan besándole las manos y haciendo una genuflexión delante de ella.
Al acabar, saludan a San Pedro y San Juan con abrazos amistosos.
Hay que hacer notar que uno de estos seis personajes es el Maestro de Capilla o director musical de la Festa que, caracterizado como un apóstol más, podrá dirigir los cánticos de forma directa y discreta.
En este momento, la acción dramática se traslada al andador donde, a pocos pasos de su inicio, comienza una escena de la Festa, denominada Ternari por la confluencia en este punto de tres apóstoles.
Cada uno de ellos ha accedido al escenario por una de las tres últimas puertas de la iglesia, es decir: la puerta mayor, la de San Agatángelo y la de la Resurrección, denominada erróneamente, puerta de San Juan.
Uno de los apóstoles es San Jaime, que viste hábito de peregrino: túnica, capa adornada con conchas, un sombrero a la espalda y un bastón largo del cual cuelga una calabaza para el agua.
La entrada simultánea por tres accesos diferentes simboliza el encuentro de los discípulos en un cruce de tres caminos.
Los apóstoles se saludan entre si con muestras de alegría y sorpresa y, extrañados por la singular novedad de encontrarse reunidos en ese lugar, cantan…
Acabado el canto, los tres apóstoles avanzan hacia el cadafal. Entran en él y, como ya hicieron los que les precedieran, saludan a María, San Pedro y San Juan.
De esta manera, los apóstoles se reúnen alrededor de María, dando cumplimiento a lo que manifestara el Ángel de la Mangrana.
Sólo echamos en falta la presencia de Santo Tomás, que no comparecerá hasta el final del acto segundo.
Hay, pues, once personajes adultos sobre el cadafal. Todos juntos entonan singular canto que aparece escrito en valenciano y en latín.
Se trata de una salve dedicada a la Virgen, que los apóstoles inician arrodillados.
Después del primer verso se ponen de pie y, a partir de este instante, por grupos tenores, barítonos y bajos, van realizando inclinaciones profundas a medida que va desarrollándose la melodía:
“Salve Regina, princesa,
Mater Regis angelorum,
advocata pecatorum,
consolatrix aflictorum.
L’omnipotent Déu, Fill vostre,
per nostra consolació,
fa la tal congregació,
en lo sant conspecte vostre.
Vós, molt pura e defesa,
reatus patrum nostroum,
advocata pecatorum,
consolatrix aflictorum”.
El último verso de la Salve coincide con la caída de rodillas de todos los apóstoles, excepto San Juan, que con la palma dorada en pie a modo de bastón, es el único personaje que siempre permanece de pie a lo largo de toda la obra.
Instantes después se levanta san Pedro y, dirigiéndose a María, canta…
Acabada la cuarteta, San Pedro vuelve a arrodillarse. Las dos Marías y los ángeles del séquito mariano abandonan sus asientos y se colocan en la cabecera del lecho.
Entonces, la María Mayor toma una vela encendida en sus manos. Es el preludio de su muerte.
Con voz triste y entrecortada, pide a sus hijos que entierren su cuerpo en el Valle de Josafat…
Con las últimas notas del canto, cae María muerta sobre el lecho. Los apóstoles y las Marías se acercan a ayudarla.
Todos los personajes que rodean el lecho, con la acción de ayudar a María, con su actitud, lo que hacen realmente es ocultar a la vista del público una parte interesante de la tramoya del drama que sucede en estos momentos.
El niño que interpreta a María, después de caer muerto, es bajado al interior del cadafal mediante una persiana que corre por unas guías inclinadas de madera colocadas bajo el mismo lecho.
A continuación sube a la superficie del lecho una pequeña plataforma con la imagen de la Virgen de la Asunción, patrona de Elche, en actitud yaciente.
De esta manera queda incorporada a la escena la figura de la Virgen venerada en la Basílica de Santa María.
Su rostro está cubierto por una máscara con los ojos cerrados, con el fin de simular su muerte.
Con el cuerpo de María tendido en el lecho, los apóstoles, con cirios encendidos en las manos, entonan un bello canto fúnebre con el cual expresan la esperanza de la próxima resurrección:
“Oh, cos sant glorificat
de la Verge santa i pura
hui seràs tu sepultat
i reinaràs en l’altura”.
Concluido el canto emocionado de los apóstoles, se abren de nuevo las puertas del cielo y comienza el descenso de un nuevo artefacto aéreo llamado Araceli o Recèlica.
Se trata de un aparato aéreo en forma de retablo, construido en hierro y forrado de oropel. Lo conforman cuatro repisas colocadas simétricamente alrededor de un hueco central.
En las plataformas superiores aparecen arrodillados dos actores que figuran ser ángeles y que tocan una guitarra y un arpa, respectivamente.
Las plataformas inferiores las ocupan dos niños con sendas guitarras pequeñas y que también figuran ser ángeles.
El hueco central está destinado al denominado Ángel Mayor, que aparece de pie y revestido con alba y estola sacerdotal, debido a que este personaje también ha de ser interpretado por un religioso.
Un vez que el Araceli ha traspasado las puertas del cielo, una nueva lluvia de oropel cae sobre el cadafal.
Justo en ese momento el coro angélico inicia su canto con el objeto de comunicar a María su futura Asunción…
Al llegar el Araceli al cadafal, sin detener su canto, penetrará en el mismo escenario a través de un gran escotillón central que, disimuladamente, han abierto los operarios que están escondidos en el interior.
Sin embargo, su estancia dentro del cadafal será muy breve.
Tan sólo el tiempo justo para que el Ángel Mayor recoja una pequeña talla de la Virgen vestida con velos blancos, que representa el alma de María.
Con estas acciones se quiere simbolizar de forma visual la separación del alma del cuerpo, es decir, la muerte efectiva de la Virgen.
En su ascenso, los ángeles entonan de nuevo las mismas estrofas que en su descenso. Cuando el Araceli llega al cielo concluye el primer acto o Vespra de la representación.
Acabada esta parte de la representación, sólo queda que el arcipreste y los Caballeros Portaestandarte y Electos, entrando en el cadafal, besen los pies de la Virgen en señal de devoción y respeto.
De igual manera proceden las Marías, los ángeles del cortejo y los apóstoles.
El último en hacerlo es San Juan, que, además, deja sobre la imagen de la Virgen, cruzada sobre el pecho, la palma dorada.
A continuación, en forma de séquito, salen los actores hacia la ermita de San Sebastián.
El segundo acto del Misteri d’Elx se inicia también después del canto de las solemnes Vísperas de la Asunción de María.
De igual manera que en la primera parte, salen los actores, ya caracterizados, de la ermita de San Sebastián formando el séquito descrito para el día anterior y que les conducirá hasta la puerta mayor de la Basílica de Santa María.
Entran todos por el andador, y el arcipreste de la iglesia y los tres Caballeros besan los pies de la imagen de la Virgen -cuyo lecho mortuorio ha sido colocado en el lado derecho del cadafal- y seguidamente, se sientan en sus respectivos lugares.
Después de ellos, los apóstoles veneran también la figura de María y quedan de pie a su alrededor.
En este segundo acto, San Pedro ha sustituido su túnica por el alba, la estola y la capa pluvial de color blanco.
Además, cabe hacer notar que, en la transición entre la Vespra y la Festa se ha practicado en el centro del cadafal una gran fosa cuadrada rodeada por una balaustrada también de pequeñas columnas salomónicas, que figura ser la sepultura preparada para el cuerpo de la Virgen.
Por su parte, Maria Salomé y Maria Iacobe y los ángeles del cortejo de la Virgen, al iniciarse este segundo acto, no han seguido al resto de actores y se han quedado al inicio del andador, en el umbral de la puerta mayor.
Tres de los apóstoles cantan entonces unas cuartetas para acercarse donde está el cortejo mariano e invitarlo a tomar parte en el entierro de la Virgen…
Bajan, pues, estos tres más otro al inicio del andador y, dirigiéndose a las Marías y ángeles, entonan el ruego…
Ante este ruego el séquito responde…
Después de la respuesta afirmativa, caminan todos juntos por el andador hacia el cadafal.
Al llegar, los integrantes del séquito mariano besan los pies de la imagen e, inmediatamente, se dirigen a los asientos que ya ocuparan en la primera parte, pero que, en este segundo acto, se encuentran en el lado izquierdo del cadafal.
Entonces, San Pedro, coge la palma depositada sobre el cuerpo de la Virgen y, dirigiéndose a San Juan, le pide que sea él el portador de la palma durante el entierro.
San Juan, acatando la autoridad de Pedro otorgada por el mismo Jesucristo, acepta el mandamiento.
Como en el primer acto, en el traspaso de la palma se realiza el ceremonial de besarla y tocarla ligeramente con la frente, tanto en el momento de darla como de recibirla.
Después se arrodillan todos los discípulos alrededor del túmulo de María e inician un canto laudatorio como preparación a su entierro…
Acabado el canto, se ponen todos de pie y entonan el salmo 114, “In exitu Israel d’Egipto”, propio de la liturgia de exequias.
Sin embargo, atraídos por los cánticos, hace su aparición al pie del andador un numeroso grupo de judíos dirigido por el Gran Rabino, que destaca a la cabeza.
Mientras la mayoría de los judíos permanecen en el primer tramo del andador, dos miembros de este grupo avanzan lentamente por el corredor haciendo gestos de extrañeza ante una melodía que desconocen y que no saben de dónde nace.
De repente, uno de los dos se aproxima al cadafal y descubre que el grupo de los apóstoles canta alrededor de la Virgen muerta.
Rápidamente llama a su compañero y ambos comprueban la veracidad de la escena.
Con una pequeña carrera por el andador se dirigen al grueso de sus compañeros y les explican, también con gestos muy expresivos lo que acaban de ver…
Entonces, todos juntos, deciden asaltar el grupo de discípulos de Jesucristo con el fin de robar el cuerpo de María y destruirlo.
Con este acto pretenden impedir que los apóstoles, al igual que hicieron con Jesús, digan una vez enterrado el cuerpo de María que éste ha resucitado…
Los apóstoles, sorprendidos por el alboroto, intentan ver qué está pasando fuera del escenario, de donde provienen los gritos…
Los discípulos de Jesucristo, encabezados por San Juan y San Pedro, se dan cuenta de las personas que se acercan y de sus intenciones, y deciden oponérseles.
Sin embargo, el elevado número de judíos que lucha por robar el cuerpo sagrado obliga a retroceder a los discípulos hacia el interior del cadafal, mientras continúan los cánticos.
A pesar de la firme oposición de los apóstoles, el primero de los judíos consigue llegar finalmente ante el túmulo de María.
Cuando se dispone a tomar el cuerpo de la Virgen, queda paralizado con las manos agarrotadas.
El resto de judíos, a medida que va entrando en el cadafal y comprueban el suceso milagroso, van cayendo arrodillados víctimas de una repentina parálisis corporal…
Es entonces cuando, todos juntos, entonan un canto con el cual suplican ayuda, especialmente a San Pedro…
Los apóstoles, comprendiendo la sinceridad del arrepentimiento de los judíos, les piden que, con el fin de poderlos perdonar, manifiesten su fe en la virginidad de María…
Los judíos, que continúan arrodillados y sin poder moverse a causa de la parálisis, piden perdón a los apóstoles a los cuales suplican el bautismo, al tiempo que manifiestan su firme creencia en que María es la Madre de Dios…
San Pedro toma la palma dorada que porta San Juan y bautiza a todos los infieles tocándolos con ella en la cabeza. Al tocarlos, milagrosamente quedan curados…
Sanados, se ponen todos en pie al tiempo que hacen movimientos con las manos para comprobar su total curación.
Y todos juntos, apóstoles y judíos, se disponen a realizar finalmente el entierro de María. En esta escena se organiza una procesión alrededor del escotillón central.
A pesar de la estrechez del escenario, el movimiento de la procesión se inicia con el alzamiento de la cruz, que es llevada por uno de los judíos.
A continuación se colocan los apóstoles y los judíos y, después, el lecho mortuorio de la Virgen, que, bajo palio, es llevado por los mismos actores. Cierran la comitiva fúnebre San Pedro, que oficia como prelado, las dos Marías y los ángeles del cortejo mariano.
La comitiva da una vuelta completa por el cadafal durante la cual entonan el salmo 114…
Acabado el recorrido del cadafal, dejan el lecho mortuorio en su punto de partida y todos los actores entonan un bello canto…
A continuación, los apóstoles toman en sus brazos la imagen de María y la instalan delante del sepulcro.
Su cuerpo es colocado sobre una colcha bordada, y su cabeza, sobre cojines, es apoyada en la barandilla del sepulcro.
San Pedro, arrodillado delante de la imagen, la inciensa tres veces siguiendo el ritual de exequias. Mientras, los apóstoles y los judíos entonan una vez más “In exitu Israel d’Egipto”.
Acabado este ceremonial, el cuerpo de María, sobre la colcha ya referida, es dejado caer al fondo del cadafal a través del escotillón central.
Justo en el momento en que el cuerpo llega al fondo del sepulcro suena el órgano para anunciar que las puertas del cielo se abren y comienza a bajar de nuevo el Araceli.
De igual manera que durante la Vespra, hay cuatro ángeles que tocan guitarras y arpa, y el Ángel Mayor lleva en sus manos el alma de María.
El bellísimo canto del coro angélico llena la iglesia con la promesa de la resurrección…
Cuando el Araceli llega al cadafal, a través del escotillón central penetra en su interior como ya hiciera en su primera aparición.
Cabe añadir, además, que coincidiendo con el eje perpendicular del Araceli, existe una cavidad excavada en el propio suelo del templo con la finalidad exclusiva de permitir que el artefacto aéreo pueda penetrar totalmente en el interior del cadafal y no ser visible a los ojos de los espectadores.
Esta cavidad, durante el resto del año, está disimulada y cubierta por unas tablas de madera, aunque puede ser apreciada a la entrada del presbiterio de Santa María.
Una vez que el Araceli se ha ocultado a la vista del público que llena la iglesia, los operarios que hay bajo el escenario proceden a sustituir el Ángel Mayor por la imagen de la Virgen de la Asunción, patrona de Elche.
Ésta, cuidada y arreglada por sus camareras, situadas en el interior de la fosa, es sujetada al aparato aéreo. Una vez atada la imagen, el Araceli comienza de nuevo su ascenso al cielo.
La imagen, con el manto desplegado y sin la máscara mortuoria que simulaba su muerte, aparece ahora resucitada.
De esta manera plástica, con la unión del alma que baja del cielo y el cuerpo que había sido enterrado, se refleja perfectamente la mencionada asunción en cuerpo y alma de la Virgen María.
El ascenso del Araceli, con los ángeles entonando el mismo canto que en la bajada, se detiene a la mitad del recorrido.
En este momento vuelven a la iglesia los dos Caballeros Electos que, unos momentos antes, habían salido a indicar al apóstol Santo Tomás que ha llegado el momento de su intervención.
Éste, que según la tradición se encontraba predicando en las Indias, comienza su ascenso por el andador haciendo los mismos gestos de extrañeza, ya que no entiende el motivo de tan largo y singular viaje.
De repente, después de avanzar unos pasos por el corredor, descubre a los apóstoles y a los judíos alrededor de la sepultura y comprende inmediatamente que María ha muerto…
Avanza unos pasos más y se detiene sobrecogido, al descubrir en la altura, suspendida en el aire, a la Virgen rodeada por un coro de ángeles. En este momento se dirige a la Madre para pedirle perdón por su retraso:
“Prec-vos, Verge excel lent,
Mare de Déu omnipotent.
Vós m’hajau per excusat
que les Índies m’han ocupat”.
Al acabar su canto emocionado, Santo Tomás cae arrodillado.
En este momento vuelven a abrirse las puertas del cielo y, acompañada por una música suave de órgano, comienza a bajar la Coronación.
Esta es un nuevo artefacto aéreo, de estructura similar al Araceli, pero de dimensiones más reducidas.
Está formado por una especie de asiento central, que es ocupado por el Padre Eterno, y a sus costados, arrodillados sobre dos repisas, aparecen dos niños que figuran ser las otras dos personas de la Santísima Trinidad.
Dios Padre es el tercero de los personajes de la Festa que debe ser representado por un sacerdote.
Lentamente, la Trinidad se acerca al Araceli al tiempo que sus ocupantes entonan una melodía…
Coincidiendo con el final de la cuarteta, justamente con la palabra “coronada”, el Padre Eterno, que lleva en sus manos una corona imperial dorada sujeta con un cordón de seda, va aflojando este cordón con el fin de que la corona recorra los escasos metros que separan a ambos aparatos aéreos.
Mientras, una lluvia de oro surgida del cielo por las puertas y por el anillo toral envuelve tanto a los personajes como al público. Finalmente, la corona -con la ayuda discreta de los ángeles del Araceli- cae sobre la cabeza de María.
¡El momento es indescriptible!
Las gentes que llenan completamente el templo estallan en aplausos y vítores.
Todas las campanas de la iglesia, exteriores e interiores, son lanzadas al vuelo.
Una salva de cohetes es disparada desde la terraza de Santa María.
Y el órgano, abiertos todos sus registros, emprende un tutti espléndido.
Los “¡Visca la Mare de Déu!” salen de las gargantas de los actores y espectadores.
Este es el momento culminante de la Festa. La cumbre del Misteri.
La Virgen de la Asunción, la patrona de Elche, ha sido coronada como Reina de toda la creación en presencia de todos los ilicitanos.
El texto de la Festa más antiguo de los que conocemos hasta ahora, fechado en 1625, indica que la letra de la Santísima Trinidad fue revisada por el licenciado Comes.
Sin embargo, parece ser que la corrección -que reproducimos a continuación- nunca llegó a ser efectiva y, así pues, esta segunda letra nunca se canta:
“Veniu, Mare excel lent
puix que virtut vos abona,
ab esta imperial corona
reinareu etenalment”.
Durante los instantes que dura la coronación de María, los apóstoles y judíos del cadafal descubren la emotiva escena.
Comprenden entonces que la Virgen ya no está en el sepulcro que ellos rodean porque ha resucitado y, coronada, sube a los cielos.
Por eso levantan sus manos hacia las alturas y se unen así a la acción, al tiempo que reciben la copiosa lluvia de oropel que inunda el cadafal y sus alrededores.
Santo Tomás recorre la distancia que le separa del escenario y, una vez allí, saluda y abraza a San Pedro y San Juan.
Este último, al tiempo que la Santísima Trinidad inicia su ascenso, deshoja la palma adornada con trozos de oropel y, bajando del cadafal por el corredor, se abre camino entre la multitud que llena la iglesia.
Sube a las tribunas oficiales construidas en los laterales de la nave y entrega un puñado de hojas de la palma al alcalde de la ciudad y al Presidente del Patronato Nacional del Misterio.
En el momento en que el aparato de la Coronación llega al cielo, comienza su ascenso el Araceli.
Los aplausos se suceden continuamente.
El órgano llena con sus notas todos los rincones de la basílica.
Y como cierre, cuando el Araceli está a punto de llegar al cielo, los actores del cadafal entonan un Gloria de acción de gracias:
“Gloria patri et Filio
et Spiritui Sancto.
Sicut erat in principio
et nunc et semper
et in saecula saeculorum. Amen”.
El Araceli, con la imagen de la Virgen de la Asunción, es despedida con grandes aplausos.
Entonces, los actores se ordenan en dos filas -las Marías, los ángeles del cortejo mariano y el resto de personajes-, y descienden por el andador en dirección a la ermita de San Sebastián.
Cierran el séquito San Juan, San Jaime y San Pedro, seguidos por el arcipreste y los tres caballeros.
¡El Misteri, la Festa d’Elx, ha terminado!
Joan Castaño García – Patronato Nacional del Misteri d’Elx