Los susurros del alma
Por dificultades económicas en el seno de su familia el padre de Abulabás tuvo que colocar a su hijo de aprendiz en la casa de un tejedor.
Pero el niño repugnaba todo lo que no fuese el Corán y el estudio de los libros. No pudieron las amenazas económicas torcer su voluntad, y así hizo en Almería sus estudios sobre el Libro Sagrado y las Tradiciones proféticas bajo la dirección de acreditados maestros. Y ya desde muy joven pudo dedicarse como maestro a la enseñanza de la literatura en Almería, Zaragoza y en Valencia. Pero sobre su cultura y su gran erudición sus biógrafos encomian su ciencia ascético-mística, y su santidad y virtudes extraordinarias, premiadas por Dios con favores y carismas.
De las obras de Ben Alarif sólo conservamos el Mahasín Almachális , o “Las Bellezas de las sesiones”. Su doctrina es pura teosofía islámica: No se puede medir a Dios con medidas humanas, pero en lo más íntimo del corazón del hombre vive la certeza de lo absoluto. Allí está la fuente de la sabiduría sin límites, sólo embarrada por la conciencia del yo de deseos. Se llega a la sabiduría a través de la sinceridad o pureza, la ausencia de división interior. Las virtudes espirituales o “carismas” forman parte del desarrollo natural del discípulo, pero el fin es siempre Dios y no el adquirir el poder de sus Nombres. La contemplación es activa, es la inmersión en la Voluntad de Dios.
“Me escondí ante mi tiempo a la sombra de sus alas.
Mi ojo ve este tiempo, pero él no me ve,
Si preguntas a los días cuál es mi nombre, no lo conocen;
Ni el lugar en que me encuentro sabe donde estoy”.
Y sólo se puede llegar a Dios por lo que es Dios en el hombre. El místico renuncia a todo lo que no es Dios, incluso a los estados místicos, las moradas del alma, las gracias, favores y carismas espirituales.
Nos recuerda Abulabás que la pureza eleva el Alma, la torna ligera; que el deseo inflamado por el bien nos hace sentir el fuego de los astros, y la fuerza de sus emanaciones. Y que el “vehículo del divino amor” nos lleva hasta el LOTO DEL TÉRMINO, pues para civilizaciones como Egipto o la India, el loto es “la flor consagrada a la Naturaleza y a sus Dioses, y representa al universo en lo abstracto y en lo concreto, siendo el emblema de los poderes productivos, tanto de la Naturaleza espiritual como de la Física”.
El estado de alma del sufí – también del Caballero por Dios- es descrito por el poeta: “Enemigo de quien ella [Laila, la Noche], y pacífico para con quien ella está en paz. A quien Laila honra, él también honra y ama”.
Curiosa la definición que da del ascetismo: “renunciar a juntarse de nuevo con aquello de lo que ya uno se separó, dejar de buscar lo que ya se perdió, privarse de los deseos de lo superfluo”. Mas importante aun es el ascetismo “como ardiente anhelo del corazón hacia Él tan sólo”.
Y así examina el resto de las virtudes. Por ejemplo, la paciencia, “dominar el alma sensitiva ante la adversidad, contener la lengua y no quejarse, soportar la tribulación y sobrellevarla, esperando el consuelo que tras ella ha de venir”.
Qué grandeza, que concepción de lo divino, la luz divina adopta las formas que el místico anhela. Y el místico se convierte en una emanación de esta misma luz: “¡Oh, Moisés!, ¡sé para mí como Yo quiero, y Yo seré para ti como quieras tú!”
Y es que más allá de las definiciones, más allá de los lugares y de los tiempos se halla AQUELLO:
“Yo he visto a mi Señor con el ojo de tu corazón y he dicho: no hay duda de que Tú eres Tú.
Tu eres el que ocupa todo donde, y allí donde no hay donde, allí estás Tú.
Tú ocupas el límite de la proximidad y de la lejanía, y el donde no conoce dónde estás Tú”.
José Carlos Fernández