Con motivo de las recientes fiestas primaverales, una amiga mía trajo a mi memoria los siguientes versos del poeta Fernando Villalón.
Fieles seguimos a tu santo rito
¡Oh Hércules de Libia! ¡Dios de Hispalia!
Yo me arrodillo y beso tu sandalia
revestido de cíngulo y amito.
¿Cuál es el santo rito al que hacen referencia los primeros versos del poema “Holocausto”? Es el rito tan defenestrado hoy en día de la fiesta de los toros. Para el mundo profano, Villalón fue un ganadero fracasado y un poeta menor de la generación del 27. Lo cierto es que ya desde su nacimiento estaba predestinado a ser poeta y mago. ¿Acaso se puede ser otra cosa con un título nobiliario como el de conde de Miraflores de los Ángeles?
Nace nuestro poeta el día 31 de mayo de 1881, en el actual convento de las Hermanitas de la Cruz. Muy niño se traslada con su familia a Morón, donde reside en la casona familiar, y para su amistad prefiere a los niños de los garrochistas, de los jornaleros y la gente cotidiana del campo. Esto marcaría para siempre su carácter. Nunca fue clasista en su trato, y la clasista nobleza sevillana de principios del siglo XX jamás se lo perdonó.
Nuestro poeta era gran aficionado a la fiesta de los toros, y adquiere una ganadería. La leyenda cuenta que lo hace con el fin de conseguir los míticos toros que criaba Gerión, rey mítico de Andalucía y pastor de famosos bueyes que, en uno de sus trabajos, Hércules tiene que robar. De paso, al vencer a Gerión, el Hércules de Libia, según la tradición mítica, funda la ciudad de Sevilla. Villalón buscaba unos toros con los ojos verdes.
Pero su primo y tendencioso biógrafo, Manuel Halcón, dice que buscaba unos toros con las raíces de la cornamenta verde; lo cierto es que los toros que consiguió criar eran demasiados bravos y castizos para el gusto de público y toreros de la época, y se arruinó en su empeño.
Sin embargo, una lectura atenta de La Toriada, poema de más de quinientos versos donde se establece un diálogo entre los toros bravos y los mansos bueyes, nos indica que para Villalón el destino verdadero de los bicornios no era la muerte en el coso, sino el sacrificio ritual en los míticos templos de la Atlántida, de la que nos hace una semblanza Platón. Así, se puede leer en la invocación que finaliza cada intervención de los bicornios en su poema:
¡OH PADRE GERIÓN, QUE NO VASALLOS
SEAMOS DE LOS HOMBRES Y CABALLOS!
También silencia su biógrafo el hecho de que frecuentó durante mucho tiempo las tertulias Fraternidad y Zanoni, ramas de la Sociedad Teosófica asentadas en Sevilla. Para él no fue un mero pasatiempo, sino parte fundamental de su vida; muy posiblemente violase una de las recomendaciones que H. P. Blavatsky, principal impulsora de la Sociedad Teosófica y del ocultismo a finales del siglo XIX, dicta a todos los estudiantes de ocultismo: que se mantengan alejados de los siddhis inferiores. Los siddhis inferiores son los poderes psíquicos que conocemos como paranormales.
Casi con toda seguridad nuestro poeta violó esa norma; no puede ser mera superstición el que evitase pasar por las calles donde había un muerto; el que se librase a toda velocidad del cadáver de su administrador don Hipólito, hasta el punto de que para que no volviera a entrar el muerto en su casa lo tuvo dando vueltas en un coche funerario por la ronda sevillana hasta que amaneció y se pudo llevar al cementerio; el que idease un aparato llamado silfidómetro, que según nuestro poeta y mago serviría para ver las sílfides y ondinas, que en la tradición ocultista y hermética son los espíritus elementales de las aguas dulces. Muy posiblemente con este objetivo, el de poder estudiar a dichos elementales, compró una baldía isla en las marismas del Guadalquivir, que era sepultada por la marea creciente.
Todo lo anterior nos indica que nuestro poeta era un vidente y a sí mismo se definía como un mago gris. Una clarísima indicación de esto la encontramos en un texto escrito donde se indica el ritual para consagrar una vara mágica al servicio del mago. A la vista de todo esto no se puede decir que la teosofía fuese un mero pasatiempo en su vida.
Era nuestro poeta gran enemigo del panderetismo, hasta el punto de que llegaba a odiar la feria, y la Semana Santa la veía como algo superficial alejado de la verdadera devoción. Criticaba el que el propio sevillano había inventado unas tradiciones con el fin de atraer al turismo, y lo peor era que se había creído los clichés que vendía al foráneo.
¿Excentricidades de señorito rico sevillano? Es posible; lo que es innegable es que Fernando Villalón fue un personaje fiel hasta la médula a sus propias convicciones; y en ello empleó su vida y su fortuna. Desde luego, no fue un hombre superficial, sino un verdadero poeta en sus versos y en sus actos, y no hay mejor forma de vivir la vida que hacer de ella un poema.
Javier Ruiz