Uno de los grandes hitos del mundo antiguo, en lo que respecta a la Península Ibérica, es el templo del fenicio Melkart, posteriormente asimilado al Hércules latino. Su fama se extendió por todo el Mediterráneo y numerosos escritores clásicos como Estrabón, Filóstrato y Posidonio narran cómo muchos viajeros ilustres lo visitaron, tales como Amílcar Barca, padre de Aníbal, quien en el propio templo de Hércules juró odio eterno a los romanos, y Julio César, que, según cuentan, lloró ante una estatua de Alejandro Magno emplazada en el templo, pues, a sus treinta y dos años, aún no había alcanzado la gloria del Macedonio.
Se ha aceptado por parte de todos los investigadores su localización en la isla de Sancti Petri, que en época antigua estaba unida en línea continua con la isla de Cádiz. Estrabón, en el s.I a.C., en su Geografía, refiere que los tirios fundaron “Gadeira” y alzaron el santuario en la parte oriental de la isla y la ciudad en la parte occidental. La isla de Cádiz en la antigüedad medía 100 estadios, unos 18 Km y medio, desde el castillo de San Sebastián, en la actual playa de la Caleta, hasta la isla de Sancti Petri, entre los términos municipales de Chiclana de la Frontera y San Fernando.
En el templo de Melkart, también llamado Herakleion, se decía estaba enterrado Hércules, mítico fundador de Cádiz, a la cual llegó para realizar uno de sus doce trabajos: el robo de los toros rojos del gigante Gerión, al que mató durante la realización de la hazaña.
Se decía que el templo había sido fundado en tiempos de la guerra de Troya (comienzos del s. XII a.C.) por los tirios. Según Silio Itálico, del s. I a.C., “Las vigas puestas en los orígenes del templo no las habían tocado sino las manos de sus constructores”. Añade que en el frontispicio aparecían los doce trabajos de Hércules, y que la divinidad del templo era invisible, pues ninguna imagen había en el interior del recinto con la figura del dios al que estaba consagrado. Asimismo hace referencia al hecho de que los sacrificios humanos estaban prohibidos y que un fuego permanente y nunca extinto ardía en sus aras, cuidado por la incesante vigilancia de sus sacerdotes.
También comenta Silio Itálico: “Los sacerdotes, que son los únicos que tienen el honor de penetrar en el santuario, han cerrado su entrada a las mujeres y cuidan de alejar de él a los puercos. Llevan ante el altar vestidos de un sólo color; el lino cubre sus miembros; una cinta brilla en sus temporales. Por lo general, cuando ofrecen incienso se cubren con un vestido talar, y cuando inmolan víctimas dicha vestimenta va bordada de púrpura, según vieja costumbre; llevan los pies descalzos, la cabeza pelada y guardan celibato.”
Estrabón nos cuenta, por su parte, que en el templo existían dos columnas de bronce en las cuales, siempre según testimonio del mismo autor, estaba grabada no una dedicatoria piadosa, sino una relación de gastos, aunque en opinión del historiador gaditano Adolfo de Castro, tales inscripciones fueron malinterpretadas tanto por el autor latino como por otros que hablaron de estas columnas sin comprender su significado real.
Polibio nos relata que “hay en el Herakleion una fuente, para bajar a la cual hay que descender unos peldaños; su régimen es inverso al del mar, ya que desciende en la marea alta y asciende con la bajamar”. Posidonio declara que este fenómeno no es real, pero que al coincidir el reflujo con el momento en el que este pozo se llena después de haber extraído agua de él, las gentes del lugar han podido creer en la oposición entre el régimen de dicha fuente y el fenómeno de las mareas.
Del templo de Hércules hoy ya nada queda, pero del fondo de las aguas que rodean el islote de Sancti Petri han salido estatuas de mucha importancia y pequeños ídolos de bronce que probablemente sean representaciones de Hércules con atributos de la divinidad fenicia Reshef que pueden contemplarse en el Museo Arqueológico Provincial de Cádiz.
Entre el mito y la realidad, entre dos mareas, puente entre dos continentes, azotada y protegida por dos potentes vientos: el levante y el poniente, nos queda Cádiz, lugar de encuentro de pueblos, de ideas. Esto es lo que la convierte en un lugar mágico, donde el sol se pone más allá de las columnas de Hércules y, como dijo un poeta gaditano: “donde se puso el Non Plus Ultra, que traducido resulta: después de Cádiz no hay ná”.
Bibliografía
Historia de Cádiz y su provincia, Adolfo De Castro. Cádiz, 1858.
España y los españoles hace dos mil años, Antonio García y Bellido. Madrid, 1945.
Helena Correas