Más Platón y menos corrupción

Introducción 

Voy a comenzar con las palabras del inicio de la novela de León Tolstoi, Ana Karenina, aprovechando que se acaba de estrenar la película del mismo nombre: “Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada.”

El motivo especial por el cual nuestra familia, nuestro país, nuestra ciudad, se sienta desgraciado es la corrupción.

Desde hace un tiempo no hay día que no nos levantemos con un nuevo caso de corrupción política: maletines, sobres, cuentas B, sobornos, tráfico de influencia, cargos ficticios, vacaciones con cargo al contribuyente, etc. La situación ha llegado a tal punto que en las últimas encuestas del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) los políticos se han convertido en la segunda preocupación de los españoles, solo por detrás de la situación económica. O sea, ¡estamos en la triste situación de que las personas que hemos elegido para resolver los problemas se han convertido, ellos mismos, en el mayor problema!.

Estos datos no nos llevan a pensar que la  corrupción ocurre solo en el ámbito del Poder Político sin que también se extiende al sector privado: desde las empresas de telefonía a las del gas, los supermercados, las gasolineras, los bancos, las aseguradoras, talleres de reparación, etc. hay mucha corrupción. De ahí que cuando el historiador John Dalberg escribió: “Power tends to corrupt and absolute power corrupts absolutely” (El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente.) no se refería solo al poder político, sino a cualquier tipo de poder, sea este poder público o privado, sobre cosas grandes o sobre cosas pequeñas.

Manejar el poder correctamente, con justicia,  es el mayor recto que podemos tener en nuestra vida. De ahí que las escuelas de filosofía a la manera clásica eran escuelas de “Poder”. No se referían al poder mandar, mandar sabe hacerlo cualquier idiota, se refería a “Poder Ser Justos”.

El peor efecto de la corrupción

Cuentan los historiadores que el mayor descubrimiento del Hombre Primitivo fue el fuego; el fuego nos permitía calentarnos en invierno, cocinar, ver en la oscuridad, el fuego ayudaba a alejar a los animales peligrosos…  Pero yo no lo creo, para mí el mayor descubrimiento de la Humanidad fue descubrir la Fuerza de la Cooperación. Descubrir que juntos podemos hacer grandes cosas: podían construir puentes, carreteras, escuelas, hospitales, catedrales, bibliotecas…

Porque el peor efecto de la corrupción no son los maletines, sobres, sobornos, tráfico de influencia,… El peor efecto de la corrupción es que destruye la Fuerza de la Cooperación.

Y cuando perdemos la Fuerza de la Cooperación ya no somos capaces de hacer cosas juntos: ni hospitales, ni bibliotecas, ni carreteras, ni siquiera, como ocurre en algunos países, somos ya capaces de jugar un partido de futbol juntos. Cuenta Bill Gates, que cuando llegó por primera vez a Etiopía fue a visitar un hospital y preguntó por el nombre de un recién nacido y le dijeron que todavía no tenia nombre, porque las madres no ponen nombre a sus hijos hasta que no han cumplido un mes de vida. Gates, preguntó si esa práctica era una costumbre cultural o religiosa; y le contestaron que no, que el motivo era porque la mayoría de los bebés no llegan a cumplir un mes de vida. Y el motivo por el que en Etiopía, como en otros lugares del mundo, haya tanta pobreza, es el mismo motivo por el que aquí en Europa tengamos tanto paro, tantos desahucios, tantas familia comiendo en comedores sociales… ¡es la corrupción!

Cómo combatir la corrupción

Casi uno de los últimos capítulos de Ana Karenina lo comienza Tolstoi así: “No hay situación a la que el hombre no se acostumbre, especialmente si todos lo que le rodean la soportan como él.”

Nosotros no queremos acostumbrarnos a la corrupción; y aunque la situación en Etiopía nos parezca muy lejana, no le es tanto. El año pasado hubo una campaña en Noruega que decía: “Uno de cada cuatro niños vive bajo el umbral de la pobreza en España: Apadrine a un niño español”. Esta noticia apareció en los periódicos y en algunas televisiones. Y si no queremos que esto vuelva a ocurrir necesitamos buscar soluciones. Afortunadamente hay un despertar social sobre este problema y cada vez vemos más personas, asociaciones y grupos de todo tipo que están tomado conciencia de su gravedad.

Y ya tenemos algunas propuesta para solucionar el problema, pero son propuestas incompletas:

1) Cambiar el sistema. Algunas personas hablan del fracaso de los sistemas y, por lo tanto, proponen cambiarlos. Cierto que hay sistemas mejores que otros, pero si cambiamos los sistemas y mantenemos a las mismas personas, seguimos teniendo el mismo problema.

2) Transparencia. Otra propuesta muy interesante es hacer el sistema sea trasparente. Sin duda esta medida, la transparencia, también puede ayudar a impedir la corrupción, aunque no la elimina. Porque por muy transparente que sea el sistema siempre quedan rincones oscuros, rincones opacos, que los corruptos aprovecharan para su propio beneficio.

3) Más control y represión. La tercera propuestas habla de endurecer las penas y poner más policías, más cámaras, más micrófonos… Sí, pero ¿quién vigila al vigilante?

Propuesta de la filosofía

La propuesta que desde siempre se ha hecho desde la filosofía, especialmente Platón, incluye todas las anteriores: mejorar los sistemas, hacerlos más eficaces, más transparente y mayor control.  Pero si nos fijamos, este tipo de propuesta parte de la idea de: cambiemos las cosas cambiando las cosas.

En su época y en su país, Rusia, León Tolstói se encontró con estos problemas y con estas mismas propuestas, y pensando sobre todas estas cosas escribió en su  libro Guerra y Paz: “Todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo.” Él se dio cuenta de que si a un mal conductor le das un buen coche, continuamos teniendo un mal conductor y, además, pronto tendremos un mal coche. ¡Las soluciones no vendrán de los sistemas sino de las personas!

Pero cómo vamos a conseguir ese cambio? ¿Cómo vamos a conseguir que los que tienen el poder no nos roben, ni nos engañen, ni nos mientan, ni nos tomen por tontos…? A estas preguntas Platón respondió que CON EDUCACIÓN:”El objetivo de la educación es la virtud y despertar el deseo de convertirse en un buen ciudadano.”

Cierto que la palabra “buenos ciudadanos” da un poco de miedo, no nos gusta. Y no nos gusta porque, desde hace mucho tiempo, cuando en la política se habla de “buenos ciudadanos” se refieren a ciudadanos sumisos con el poder: que paguen impuestos, trabajen mucho y protesten poco. Pero Platón no se refería a eso, sino más bien a lo contrario. “La filosofía – decía Platón- es la ciencia de los hombres libres.” Pero, ¿libres de qué? ¿Libres de pagar impuestos, o libres del trabajo o libres de tener que estudiar…? ¡No!, Platón decía ¡libres de la corrupción!

Y como esta lucha por la educación y contra la corrupción será larga, seguro que en algún momento caeremos en la tentación de darnos por vencidos y en esos momentos es bueno recordar otra frase de Tolstoi: “A un gran corazón, ninguna ingratitud lo cierra, ninguna indiferencia lo cansa”

Rafael Morales

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