San Juan ocupa un lugar muy destacado en las festividades veraniegas de nuestra comunidad, pero a pesar de su popularidad, no deja de ser un personaje misterioso, igualmente venerado por cristianos y musulmanes, que lo consideran, al igual que a Jesús, uno de los últimos profetas.
Nuestra cultura lo conoce casi exclusivamente por ser el maestro que bautiza a Jesús después de identificarlo con el Mesías, cuya llegada anunciaba desde hacía mucho tiempo. De acuerdo con la tradición popularmente aceptada, su enfrentamiento con rey Herodes, y las manipulaciones de una pérfida Salomé, terminan con su encarcelamiento y ejecución, degollado, convirtiéndolo en uno de los primeros mártires venerados por el cristianismo, lo que hace que la Iglesia celebre no sólo su nacimiento, el 24 de junio, sino también su muerte, el 29 de agosto, considerada simbólicamente su nacimiento a la vida eterna.
En realidad, la conmemoración del nacimiento de San Juan Bautista el 24 de junio encierra un complejo simbolismo que se remonta mucho más atrás en el tiempo. Su vinculación al ciclo estacional veraniego ha propiciado desde siempre numerosas celebraciones y prácticas festivas, que suelen tener al agua y al fuego como elementos protagonistas, catalizadores de las dos Kátharsis que con periodicidad celebraban las culturas clásicas en la antigüedad: la purificación ritual de los errores acumulados, asociados en el cristianismo al pecado original, y la limpieza de la suciedad, causante de toda clase de enfermedades, como lo atestiguan piscinas termales y baños públicos asociados a todas las ciudades romanas, y a algunos templos, como el del dios de la medicina Asclepios.
Algunos se sorprenderán de que un término aparentemente tan moderno como SPA, tenga en realidad más de dos mil años de antigüedad: salut per aqua, la salud por el agua. El agua ha estado presente en los ritos purificadores desde el fondo de los tiempos, y todas las civilizaciones le han atribuido a este elemento propiedades terapéuticas que han sido heredadas por la práctica medicinal tradicional hasta nuestros días.
Agua bendita, purificaciones rituales, bautismo, abluciones, baños en el mar son frecuentes tanto en las prácticas curativas como en los rituales religiosos. La salud del cuerpo y el equilibrio del alma. El fuego tenía una función parecida en los ritos lustrales y de purificación. Nuestras famosas hogueras son una práctica que se ha generalizado con un doble propósito, la destrucción de todo lo viejo que se acumula en los hogares, creando desorden y ocupando espacio, y el rito del salto sobre las llamas, que protagonizan los asistentes de forma audaz e incluso acrobática.
La alegría es el motor de la fiesta y el catalizador de un bienestar que se asocia a la idea de renovación, renacimiento y nuevas oportunidades, y que le han dado a esta noche fama de ser ideal para las prácticas amorosas. Agua y fuego. Y una vez que dejamos atrás las penalidades pasadas, resurgimos como el sol, que nacerá lleno de vida de esa noche mágica, para alcanzar su máximo esplendor y dar comienzo al verano y al día más largo del año. La victoria de la luz sobre la oscuridad, de lo joven sobre lo viejo, de lo puro sobre lo corrupto. Los pueblos de nuestra comunidad han enriquecido estas prácticas básicas con toda clase de elementos que recuerdan las raíces mágicas de casi todas estas tradiciones.
Entre las que Alvar Monferrer i Monfort ha recogido hasta hoy podemos citar: encender antorchas fabricadas con manojos de hierbas para evitar las plagas; toda clase de prácticas, pócimas y ungüentos, especialmente pensados para esa noche, con el fin de no caer enfermo durante el año; la recolección de hierbas medicinales, como el hipérico o hierba de San Juan, buena para las quemaduras y para aliviar las depresiones y otras enfermedades mentales, o la escrofularia, el saúco, el trébol y el cardo, beneficiosos contra las enfermedades de la piel; flores de espino adornando las puertas para ahuyentar las tormentas; y todo aquello que pueda hacer huir a los malos espíritus, como hacer sonar caracolas de mar, agitar cencerros y esquilas o arrastrar ristras de objetos metálicos.
En cualquier caso, una ocasión para la alegría y para dejar volar la imaginación y acercarnos sin prejuicios a lo misterioso y sorprendente, que ha sido siempre el motor que ha hecho que el ser humano siga avanzando en su necesidad de ser mejor y de descubrir los motores ocultos de una naturaleza que se nos presenta, con la llegada del verano, en su momento de máxima luz y plenitud.
Juan Adrada.