El Día Mundial de la Filosofía se instituyó por la UNESCO porque “es una disciplina que estimula el pensamiento crítico e independiente y es capaz de trabajar en aras de un mejor entendimiento del mundo, promoviendo la paz y la tolerancia.» ¿Qué mejor que un buen diálogo para llegar a ese entendimiento?
Ahora bien, primero hemos de saber qué es un diálogo y algunas de las condiciones que requiere. Es la única manera de aprovecharlo y beneficiarnos de todas sus posibilidades. Un primer consejo: saber escuchar.
¿Sabemos qué es un diálogo?
Todos hemos sonreído ante una escena de niños que, apenas con dos años, mantienen una agitada conversación acompañada de amplios gestos y sonidos (ya que aún no podemos llamarlos palabras): ¡Están conversando!
¿Cuántas veces nos hemos sorprendido hablando con nosotros mismos? En los momentos en que no realizamos una actividad hacia el mundo exterior, raramente existe un silencio interior. Nos planteamos preguntas e intentamos responderlas, dudamos de esto y resolvemos aquello, e incluso nos reprendemos con gesto de enfado en ocasiones…
Podemos decir, por tanto, que llevamos incorporada de serie esa maravillosa herramienta que conocemos como diálogo. Va incluida en el paquete de prestaciones intelectuales desde que nacemos.
Sin embargo, tanto ésta capacidad como otras que son imprescindibles para nuestra vida cotidiana no reciben demasiada atención por parte de los sistemas de educación. Y una cosa es contar con una herramienta y otra muy diferente usarla, aprovecharla, dominarla. Así ocurre con la memoria, la imaginación, la atención… y también con el diálogo. Los griegos decían que una persona poseía un arte cuando alguien sabía cómo hacer algo, conocía un material o el uso de unas herramientas. No hacían referencia a alguien “creativo”. Aplicando esto a nuestro tema, también podemos hablar de un arte del diálogo, aunque primero hemos de comenzar por saber, con cierta precisión, qué es un dialogo y para qué sirve.
La palabra diálogo proviene de las raíces griegas (¡cómo no!) “dia” y “logos”. Logos puede ser entendido como “el significado de la palabra” (pero también como razón, verbo, concepto…) y dia significa “a través de”. A partir de la etimología, una posible definición puede ser la de F. Schwarz: “Diálogo es la relación que se establece entre dos seres humanos que se comunican a partir de ser dos conciencias que investigan y buscan una verdad superior; se trata de compartir una presencia invisible a través de una relación visible entre dos personas, porque la verdad surge entre los que están dialogando”.
Actualidad del diálogo socrático
Aunque hemos citado a los griegos, no siempre es suficiente con una vez… Platón (cuya obra constituye la máxima expresión del diálogo) fue discípulo de un personaje muy especial, Sócrates, quien empezó a utilizar el diálogo para desarmar a los sofistas. El sistema del sofista era el discurso retórico: hablar sobre un tema de forma brillante, pero dejando en un segundo plano si era verdad o no lo que se decía. Sócrates se percató de que no podía luchar con ellos en su terreno, así que cortaba a su interlocutor una y otra vez, con la necesidad de escuchar respuestas que no podía esperar. Examinaba la verdad del contenido del discurso, la autenticidad de los conceptos, su valor… Como podremos imaginar, se ganó más de una enemistad con esta forma de actuar.
Además, Sócrates desarrolló el diálogo como parte de un método de enseñanza. Él prefería dar nacimiento a conciencias y no añadir conocimientos de forma acumulativa. Se decantaba por esforzarse a buscar buenas preguntas. Si la respuesta era errónea, volvía a hacer otra pregunta que permitía recapacitar y llegar poco a poco hasta una respuesta correcta, una verdad suficiente, que luego se podía usar como para alcanzar otra mayor.
Pero, no se trata de “recordar viejos tiempos”. Naturalmente, el mundo no va a cambiar si nos ponemos únicamente a hablar entre todos. Porque no se trata de conversar por conversar. Sí, necesitamos hablar del tiempo con el vecino; también con el dependiente de la gasolinera, con un alumno, con un profesor… Pero hay un lenguaje más profundo, el del alma, el de verdadero diálogo. Para llegar a él hay que partir de una necesidad intensa de comunicación, unida a un cambio en nuestra actitud frente a los demás. Entonces sí, cuando tomemos conciencia de las posibilidades del diálogo y de su enorme valor aparecerá un interés real por cultivarlo. La cultura del diálogo posibilita el desarrollo de la convivencia, es uno de los fundamentos de la educación, permite investigar, aprender, comprender…, no sólo lo del mundo que nos rodea, sino también a nosotros mismos.
Diálogo: saber hablar… y escuchar.
¿Hemos sentido la gran felicidad de llegar a un acuerdo no previsto tras una larga y profunda conversación? ¿Hemos salido de una reunión con nuevos puntos de vista, inimaginables antes de iniciarlo? ¿Hemos escuchado a algún amigo cargado de problemas y sus posibles soluciones que, al formularlas en voz alta ante nuestra presencia, encuentra una salida a su callejón sin salida? Si es así, hemos dialogado. Pero otras veces, sin embargo, todo acaba de forma muy diferente y nada agradable… sin haberlo pretendido ¿Cuáles son las causas de los resultados positivos o negativos de un diálogo?
Podemos investigar y encontrar espléndidos consejos para dialogar: plantear un tema solamente, respeto y valoración de los demás, mejorar nuestro manejo del lenguaje y su nivel, evitar las posiciones psicológicas rígidas y dogmáticas, revisar nuestras creencias y prejuicios con anhelo de objetividad, buscar la verdad y no exponer “nuestra verdad” a toda costa… Pero hay algo esencial: para dialogar hace falta saber escuchar. Saber escuchar es mucho más que estar delante de alguien que está hablando, es acoger las palabras de los demás con atención, es recibirlas como nuevas, sin “escanearlas” según nuestros prejuicios y esforzándonos por comprenderlas.
Sería muy interesante que nos propusiéramos un pequeño ejercicio, algo práctico: escuchemos a los demás conscientemente, como si fuera la primera vez, aunque se trate de alguien muy conocido al que tratamos a diario; escuchemos y demos valor a sus palabras, desde la primera hasta la última.
¡Nos sorprenderemos! Y daremos un primer paso muy importante para llegar a un buen diálogo. Vale la pena. Puede ser muy enriquecedor y, además, es de las pocas cosas gratis que quedan…
Bibliografía:
Michel P. Nichols. “El Arte Perdido de Escuchar”. Editorial Urano
Robert Apatow. “El arte del diálogo”. Editorial EDAF
Carlos A. Farraces.